martes, 8 de julio de 2014

Buscando a la comadrona

El humor inglés es duro de comprender. En su forma más negra, me puede gustar bastante. También en el sarcasmo o en la crítica social, soy fan incondicional de Borat y Bruno.  Pero debo decir que en su forma más popular y simplona, estilo Mr Bean, me indigesta. Es que sencillamente me parece imposible encontrarse jamás con las situaciones tan extremadamente lerdas caricaturizadas por gente tan torpe, mal suertuda, o tan pero tan salada (como dirían en mi pueblo) que es humanamente imposible.

Eso creía.

No obstante mi primera visita a la Comadrona de la seguridad pública me hizo una beliver: sí existen personajes del estilo Mr. Bean en la vida real, que se mezclan e interactúan con el común de los humanos día a día.

Para muchas de mis paisanas, el tema de la comadrona debe ser poco común. En México, el ginecólogo es el director de orquesta, a quien confiamos de lleno nuestro embarazo, punto final. La idea de una comadrona – partera- a mí me sonaba como a cosa de antaño, mi abuela parió con una partera y todas sus hermanas y conocidas también. Pero a partir de la generación de mi mamá, mis tías, primas y demás mujeres madres en mi entorno habían parido con un ginecólogo, con el buen  y omnipotente Señor Doitor.

En España en cambio la partera tiene un rol equitativo al ginecólogo, las mujeres confían de lleno su embarazo en estas sabias mujeres que han dedicado su vida al maravilloso arte de ayudar a concebir, gestar, nacer. De las pocas mujeres españolas que conozco o mejor dicho, de sus maridos (trabajo rodeada de hombres, los consejos me vienes de los esposos de alguien)  todos alaban la labor de las comadronas con un cariño casi familiar. Del ginecólogo se habla muy poco.

Tengo asistencia privada, por lo que me trato en una importante clínica privada de la zona alta de la ciudad y honestamente con mi ginecólogo el Rock Star Paco me he sentido siempre en confianza y muy segura. Pero tan buenas referencias tenía de estas sabias mujeres que me acerqué a mi centro de salud para conocer a mi matrona asignada.

En España el rol de la matrona es una profesión que se respeta, se asocia con mujeres que no realizan simplemente una práctica profesional en medicina, si no que acompañan muy de cerca a la mujer embarazada a lo largo de todo el camino: consejeras, psicólogas, escuchas, amigas.  Mujeres que entienden a la mujer y humanizan el embarazo.

Así que saqué cita. En esa ocasión mi Wero estaba de viaje, y me alegro, porque su tolerancia germana no hubiera dado para tanto. Así que le tocó a mi mami acompañarme a conocer, por fin, a mi matrona. Tras una larga expectación en la sala de esperas, por fin una mujer bajita, mayor, rechonchita con lentes de pasta (¡sin clichés!) abrió la puerta y rebuscando entre un montón de tarjetas mal acomodadas que llevaba entre las manos, finalmente leyó un nombre en voz alta. En la sala solo estábamos dos personas y nadie respondió al nombre. Silencio.  - Ay, no, no estas no son- Cerró la puerta tras de ella, la volvió abrir con un paquete nuevo de tarjetas rebuscadas,  por fin dijo mi nombre.

Toda la consulta fue en la misma línea: despiste tras despiste.  La mujer era amable y simpática, pero se le veía perdida en todo momento. Tecleaba en la computadora a la misma velocidad con que mi mami lo hace: usando únicamente dos dedos. Llenar mi ficha de embarazada llevó mucho tiempo. Entre las muchas preguntas, salió mi nacionalidad

-          -¿Eres mexicana? ¿Son mexicanas? - Miró a mi madre
-          -Si -  mi mamá respondió con monosílabos, señal que la mujer le estaba ya haciendo perder la paciencia
-        -Es que no parecen, porque todos los mexicanos son muy morenos y bajitos –

Yo casi suelto la carcajada, he vivido en muchos países y no era la primera vez que alguien me cuestionaba por no encajar en la caricatura de los mexicanos.

     - Pues somos totalmente mexicanas y en México somos mestizos – el tono de mi mamá ya no sonaba al de una cordial y melodiosa latina
-       - Ah pero en las película no son así –

La mujer, con cero malicia y sin darse cuenta de la magnitud de sus afirmaciones, siguió indagando en clichés escabrosos: qué si éramos muy creyentes, porque claro, todos los mexicanos somos  extremadamente católicos, etc, etc, etc. 

Finalizó por supuesto con la cereza en el pastel: -Tu esposo es alemán ¡entonces tu hijo sí que será guapo!-  Hasta se lo tomé con cariño, no había caído en la cuenta: gracias a dios que los genes germanos salvarán a mi hijo de ser un chaparro prieto.

No se lo dije, pero mi hijo tiene grandes posibilidades de ser muy moreno, y eso lo hará ser guapísimo, tiene genética a tutipleni para ser hermos@: ¡mi cabezonit@ German@ mexican@!

La hora se fue entre despistes, papeles perdidos, folios caídos. Las situaciones más ridículamente imposibles de las comedias simplonas sí suceden.  ¿Recuerdan al Dr. Kosevich que interpretaba Robbin Williams en Nueve meses? Pues era el primo hermano de esta mujer. 


Finalmente terminamos mi ficha y la matrona empezó a imprimir un tocho de papeles y más papeles. Cuando por fin leyó la primera hoja satisfecha:

-          - Bueno Raquel, ya estamos, revisa tu dirección-
-          -¿Raquel? No soy Raquel-
-          -¡Madre mía, a quien le he completado la ficha!-


Sobra decir que salí convencida de que el señor Doitor es lo mío: me quedo con mi Paco el Rock Star y me dejo de experimentos. A ver si para el siguiente embarazo me toca experimentar por fin el acompañamiento de una señora comadrona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario