lunes, 22 de diciembre de 2014

Un ratito para dar

Aunque ser ciudadanos involucrados y solidarios debería ser un ejercicio que lleváramos a cabo los doce meses del año, la realidad, en mi caso, es que el día a día me supera, pasó demasiado tiempo en el trabajo: oficina, viajes, eventos, etc. Y lo que queda es tiempo egoísta de poco reflexionar: tiempo para mí, para mi pareja, para mi casa, para mi familia. A veces voy recordando todas las cosas buenas por las que me debo sentir agradecida con el mundo y entonces me concentro en lanzar mucha buena vibra en algo o alguien. Pero objetivamente, soy consciente de que podría hacer mucho más, siempre se puede buscar tiempo y en nuestros días as redes sociales nos ponen la ayuda solidaria tan a la mano, que de verdad, no hay pretexto que valga para no ayudar. Y aun así, paso un año más sin que hiciera nada.

En 2014 he recibido tantas bendiciones que hacer una oración y dar las gracias no me parecía suficiente. Tampoco voy a decir que me siento la madre Teresa, pero al final ha resultado tan fácil poner un granito de arena y me he sentido tan, pero tan reconfortada que no podía dejar de recomendárselos en este post.

Me propuse como ejercicio, tener algún detalle solidario con cada vela de adviento. Y lo repito, las redes sociales nos facilitan tanto el poder aportar que no hay excusa para no hacerlo. Desde ayudas tan simples como abonar dinero en una cuenta, hasta acciones que permiten involucrarse más como difundir activamente mensajes de ayuda en asociaciones protectoras de animales o dar nuestra firma para apoyar peticiones solidarias. En las redes sociales se pueden encuentran opciones para dar tiempo (que es algo que me queda pendiente por hacer, una vez que mi Naricitas llegue al mundo) objetos o dinero.

Les enlisto las asociaciones que encontré yo, que permiten a la gente sentirse un poquito mejor consigo mismo por muy poco:

Hermanitas de los pobres: Asociación dedicada a la atención de personas mayores, ofreciendo espacios que promueven la actividad y participación. Se puede colaborar con tiempo, donaciones económicas o materiales. He aportado algunos alimentos que necesitaban para los centros: aceites, café, infusiones, leche.



Bona Voluntat en Acció: ONG de carácter social que trabaja para erradicar la pobreza, la marginación y la exclusión social en diferentes barrios basada en el voluntariado. Aquí también se puede colaborar con tiempo, donaciones económicas o materiales. Esta asociación me ha ayudado a cubrir mi propósito de dos velitas de adviento: he aportado ropa de invierno para niños de familias de la asociación y mi segunda aportación ha sido artículos de despensa para familias en necesidad.

Reyes Majos de Mi aportación: Miaportacion.org es una plataforma creada para comunicar y cubrir las pequeñas necesidades económicas, materiales y de voluntariado de personas en situación socio-económica desfavorable atendidas por entidades sociales, cada año organizan una campaña en donde buscan “Reyes Majos” que respondan a las cartas de personas adultas en situaciones desfavorables.


Esta última iniciativa me ha encantado, porque acerca a las personas y te hace conectar de alguna manera con la persona a la que darás un pequeño regalo. Al anotarte en la iniciativa, recibes una carta escrita por la persona que recibirá el regalo, pidiéndote su deseo, como una carta a los reyes magos. Me emocionó muchísimo recibir las cartas (mi Wero y mamá también se anotaron). Nos tocó un viejito que pedía una colonia fresca fresca, una viejita muy educada y emotiva que pidió una blusa y otra abuelita más que también quería una colonia. Hace mucha ilusión ir a comprar el regalo, envolverlo bonito y responder a la carta. Al final la experiencia es tan agradable que ni siquiera se siente como que hay una persona que aporta y otra que acoge: las dos partes reciben gratificación.

Me falta aún encontrar una acción más para la última velita ¡acepto propuestas!

En conclusión, si no se hace por altruismo, la solidaridad se puede practicar por el mero placer egoísta de que se está haciendo algo bien.


Sé que los propósitos de año nuevo son lo que menos se cumplen, pero quiero proponerme colaborar más en el 2015. A ver si escribiéndolo de manera pública me obliga al menos a no tirarlo en saco roto.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Ser o no ser Santa

En estos días decembrinos, apenas empieza a sentirse el frio y la cama calientita se vuelve el mejor plan de las mañanas de fin de semana, me entran unas ganas locas de escuchar villancicos. Durante la rutina de despertar, en el baño, en la cocina, preparándonos para salir o haciendo el desayuno, tengo una necesidad avasallante de escuchar a todo volumen el Borriquito Sabanero, Los peces en el río o Campana sobre campana. Mi Wero, que viene de la tierra de los susurros, donde la gente te mira asombrada en el transporte público cuando alzas la voz o los vecinos  se quejan por el sonido de tus tacones cuando sales por la mañana de casa a la oficina, pues no le sienta muy bien el tonito chillón de los niños cantores al ande, ande, andeeeee la mari morenaaaaa.  Tampoco entiende mucho mi manía de querer ir a buscar el árbol de navidad a un pueblo a una hora y media de Barcelona para conseguir un pino que llegue al techo ¡cómo debe ser! (No entiendo porque en esta ciudad solo venden arboles enanos). Y creo que nunca ha entendido muy bien porqué en mi familia es tradición comer chocolates hasta que duelan los dientes el 25 de diciembre.

A pesar de todo eso, los dos estamos completamente ilusionados por el hecho de que en breve, nos convertiremos en Santa (San Nicolás para él) y coincidimos en querer construir recuerdos mágicos en la memoria de nuestro hijo con estas fechas. Para él esperándolo con calendario de adviento de chocolate, para mí preparando todo un ritual de ruido y celebración que empieza en las posadas y termina el día de reyes. Los dos queremos que nuestro hijo crea.

Últimamente he leído muchos debates, sobre todo en blogs de crianza alternativa, donde se critica duramente el fomentar la mentira  de Santa y los reyes en nuestros niños. El argumento es bastante claro: nos esforzamos en inculcar a nuestros hijos la importancia de la honestidad y nosotros mismos les mentimos deliberadamente durante años y de forma recurrente: año con año la misma charada.  Justificándonos siempre bajo el, pues a mí me lo hicieron y salí bien.


Creo que una de las cosas que más deseamos los padres es que nuestros hijos sean personas felices y que con el tiempo sean capaces de proveerse ellos mismos esa felicidad. Por eso para mí, el “engañar” deliberadamente a mi hijo con Santa Claus, los reyes magos o el ratoncito de los dientes no es simplemente un ir con la corriente, o seguir la tendencia consumista, o un simple “a mí me lo hicieron y Salí bien”

Para mi darle a mi hijo la posibilidad de vivir esos momentos de felicidad total que mi mama, jugando su rol de santa me hizo vivir a mí, es un compromiso: una cadena irrompible. Esos minutos felices que mi mami y mi imaginación infantil me ayudaron a construir son trincheras de vida,  una guarida para resguardarse de las dificultades de la vida adulta. Esos momentos mágicos en la memoria son un escape, un refugio, un acceso sencillo a una sonrisa.
Todas la actividades alrededor de la llegada de Santa o lo reyes son recuerdos de felicidad absoluta, desde el momento de escribir la carta, mi mama planificando la salida para ir a cortar el árbol de navidad, ir juntas a comprar dulces para ir llenando el arcón navideños. La llegada de los primos, salir juntos a cantar La rama, pedir posada, quemar luces de bengala. Preámbulos que nos acercaban al momento cumbre. Las mariposas en el estómago la noche de la espera. La emoción a flor de piel al acercarse al árbol para ver si ya habían llegado los esperados visitantes. Los regalos en sí no son el recuerdo importante, es todo el rito alrededor todos los momentos felices previos a la llegada. Porque al final es eso, una práctica familiar que pasas de generación en generación y crea una tradición feliz. Un rito de pura felicidad.

Los mexicanos somos una cultura rica en folklore, tradiciones y creencias. Nuestra única e incomparable celebración de los muertos es uno de los ejemplos más claros. El día de muertos es una festividad que también me eriza la piel: el olor del incienso en el copal, el color del cempaxúchitl, los perfumes de los tamales, el pan de muerto, el anís, el chocolate. Dejar las velas encendidas sintiendo esa energía incierta en el aire, con la certeza de que es noche de apertura de portales, donde se respira la historia de nuestra herencia, de nuestros antepasados, de los seres queridos que no nos abandonan y a quienes nunca olvidamos.  Siendo racionales, podemos decir que vivimos pasando de generación en generación una sarta de mentiras y absurdos: ¿En qué fundamento racional basamos esa creencia de que el sabor de la comida del altar se va porque un familiar difunto ha venido a darse un festín durante la noche? Pues llámenme retrograda, pero me niego a ser racional y honesta  con mis hijos si eso implica negarles a vivir toda la magia que ha aderezado la vida de mi gente.

Ese amor a la vida, esa alegría, ese espíritu de fiesta nos hace tener una cultura más basta, más rica. Y eso es magia. Y la magia no es racional.

Yo deje de creer en Santa y en los reyes bastante crecidita, la fe es cosa que muchas veces ni uno mismo se explica. En la clase llegó el día en que de cincuenta niños, solo quedábamos tres creyentes. No me causaba grandes debates, era simple: si alguien no cree en algo no existe.  Por eso a todos esos compañeros míos que habían dejado de creer, los reyes y santa Claus les habían dejado de visitar.  Como yo sí creía, la magia seguía existiendo en mi casa.  Recuerdo conversaciones con esas dos niñas creyentes como yo, en la que nos argumentábamos nuestras razones para seguir creyendo, una de ellas juraba haber visto una huella de elefante en su jardín y de haberle escuchado con claridad. No sé qué habrían estado haciendo sus padres aquella noche para sonar como un elefante. Yo no creía que sus majestades recorrieran las calles de mi pueblo por la noche en animales de circo, ni me imaginaba a Santa aparcando a su tropa de renos en el techo de mi casa. Me imaginaba algo más fantástico, como los espíritus que nos visitan en todos los santos. Que se materializan por portales de energía paralelos, que viven bajo un espacio, tiempo diferente al nuestro. Cada quien tiene sus explicaciones propias.

La realidad es que los niños necesitan alimentar la imaginación, es incluso saludable. ¿Acaso al leer cuentos infantiles a los niños se convierte uno también en un burdo mentiroso? Porque está claro que el país de nunca jamás, el de las maravillas o donde viven los monstruos y los fantasmas de las navidades pasadas y futuras  no son reales.  ¿Debo entonces leerle a mi niño a Sartre, a Freud o en su defecto el periódico diario a la hora de dormir? ¿Acaso contándole cada noche las historias de guerra, crisis y violencia estará mejor preparado para la realidad adulta con la que tendrá que lidiar cada día en el futuro?

Reina Duarte profesora del máster de edición en la Universidad Pompeu Fabra, parte del órgano directivo del Consell Català del Llibre Infantil i Juvenil y de la Junta Directiva de la Asociación de Editores de Cataluña, defiende el papel de la magia en la infancia “Los cuentos les devuelven la infancia que se les está robando. Es increíble ver cómo recuperan la sonrisa y entran fácilmente en el mundo mágico, ya sea a través de la transmisión oral o leyendo”. Los niños necesitan magia, porque es un elemento que les ayuda a hacer frente a la vida diaria de una manera más sencilla. La imaginación en la infancia les despierta y les desarrolla la creatividad.

Quiero hacer de mi hijo una persona inteligente capaz de sacar sus propias conclusiones, pero también quiero que sea un ser humano feliz. Humano, empático, creativo. Y creo que todo eso es cosecha de sembrar experiencias felices. Yo fui una niña muy feliz y la mentira de Santa Claus y los reyes siempre fueron razón de felicidad.

Quien sabe, a lo mejor las acciones pensadas en crear dicha se trabajan en dos direcciones. Dejé de creer una noche en que accidentalmente escuché a mi mamá conversando sobre el sitio dónde había comprado los juguetes que aquella navidad Santa había traído a mi hermano, para entonces ya tenía mis dudas profundas sobre el tema, así que el descubrimiento no fue un shock si no una confirmación. Mi mama y yo siempre hemos tenido una comunicación completamente abierta y a pesar de descubrir ese “engaño” no me sentí traicionada ni remotamente. Es más, es hasta ahora que leo los blogs des estas madres inquietas en que etiqueto el ritual de santa como una mentira.

Lo curioso es que yo tampoco fui honesta y me guardé aquel descubrimiento para mí. No quería desilusionar a mi mami haciéndola saber que había descubierto el secreto. Porque al final, ese ritual mágico que ella construía con tanto  empeño y dedicación para mi hermano y para mí, eran momentos de dicha para ella también. Entré en ese mundo adulto y me sentí madura y preparada para guardar el secreto y contribuir a la tradición, desde el lado de los mayores, ayudando a mi hermanito a seguir creyendo.

Y tras años de navidades sin magia mentirosa (navidades de adulto, sin niños en casa) por fin Santa y los reyes están a punto de regresar a mi vida. Y les espero con la ilusión con que les esperaba de niña. Me tocará ahora intentar hacer las navidades de mi hijo tan mágicas como mi mami hizo las mías.

Les dejo con artículo no de una mamá común y corriente como yo, sino de una Doctora en psicopatología        sobre el tema.




Cada quien saca sus conclusiones y elige en qué o en qué no creer, yo creo.

domingo, 7 de diciembre de 2014

El amor de una madre leona

En los últimos meses mi cuerpo ha experimentado en tiempo record un sinfín de cambios y sensaciones que, antes de estar embarazada, habría creído imposible que sucedieran en un lapso tan corto como son siete meses. Con excepción por supuesto de los engordamientos extremos, que ya me había tocado experimentar en tiempo record durante el año que viví en USA y engordé 20 kilos o mi primer invierno en Francia donde subí 10 (maldita sean las panaderías Paul). Dejando de lado la gordura: es todo un pack-combo de experiencias. Como oferta de mercado, con la caja de cambios hormonales te regalan el kilo de alteraciones físicas: vómitos matutinos, incremento de mis alergias, congestión nasal 24/7, dificultad para respirar. Y eso que yo he corrido con suerte porque me he librado de las migrañas, los mareos, los calambres (incluidos en los genitales), los dolores de pecho, la pérdida de diente, las estrías (de momento), el sangrado, la acidez. Con la excepción maldita de la intolerancia al chocolate que me acecha (¡Dios, cómo ha dolido!) no me puedo quejar, mi embarazo va estupendamente.

He aprendido que el embarazo es mucho más que los cambios físicos, hay algo gutural que ya vivía en ti y aflora. Un instinto no aprendido, innato, que se despierta. Un reflejo animal, una palpitación que hemos cargado por generaciones, una flama que se encendió cuando supiste vida crecía dentro de ti y que se aviva  con cada movimiento, cada patadita de tu niño en las entrañas. Es un nudo en la garganta al pensar esa vida maravillosa que depende del todo de ti: creas, nutres, alimentas. Y empatizas, con todas las mujeres que como tú han pasado por esto. Empezando por tu madre y por tu clan.

Mi tía Cuquis –así la llamaremos por protección a la intimidad- es muy activa en FB, frecuentemente escribe mensajes emotivos para la familia, de temas diversos, con múltiples dedicatorias y matices, y sobre todo con mucho amor.  Hace unos días me dedicó unas emotivísimas palabras que plasmaban a la perfección la magnitud de la experiencia de convertirse en mamá. Entre muchas otras cosas mencionaba precisamente ese hecho de admirar  y comprender como nunca antes a tu madre.

Y mi tía hizo una analogía que aunque suene gastada, comprendí mejor que nunca: el amor de una madre leona. Así ha sido el amor de las mujeres en mi familia para sus hijos. Cada una de ellas podrá tener un carácter disímil,  opiniones encontradas, pero como madres han sido todas  admirables.En algunos casos –el mío, por ejemplo- supliendo incluso y con creces la falta de empatía paterna. Mi mamá siempre ha sido madre, padre, hermana, amiga, todos los roles que he necesitado, en el momento justo los ha asumido. Mi mamá y sus hermanas tomaron su rol de madre (y de abuelas) como prioridad de vida, como razón de ser. Tal vez por eso mis primos y yo tenemos recuerdos de una infancia tan feliz, porque todos nos sentimos amados por un clan de mujeres madre que nos hacían sentir extraordinariamente especiales. El lazo tan entrañable que tengo con mi familia materna es resultado de ese clan de felinas que nos mantuvieron – y siguen manteniendo- resguardados al calor de su protección en la manada.

Y lo de leonas, se les da bastante bien, porque la ternura y carisma emanado en sus “yo normales” muta en una pasión apremiante cuando se trata de defender a sus cachorros.

Recuerdo un día de kermés en que jugaba con mis amigos en la calle, como todos los niños mexicanos en días de kermés, a rompernos cascarones de huevo en la cabeza. A los extranjeros la idea de este juego debe sonar horrorosamente brutal, pero créanme, es una de las cosas más divertidas de la infancia: rellenar cascarones de huevo vacíos con confeti, decorarlos y celebrar las fiestas patrias rompiéndolos en las cabezas, hombros o espalda de tus amigos. Siempre hay algún ojete que deja el huevo tal cual y que le arruina a alguien el día. Porque honestamente es de no tener madre tenerse que ir a cambiar a casa por estar bañado en clara y yema de huevo en un día tan divertido. Y luego están los huevos más cotizados: los huevos rellenos de harina. Encontrarlos entre la variedad de cascarones es un arte verdadero, hay que saber agitar el cascaron cerca del oído para detectar si el relleno suena a harina o a confeti, ser capaces de calcular a mano el peso - si son de harina serán más pesados-, saber detectar un deje de polvo blanco en la base del cascarón y ¡bingo!. La multitud de atavíos diversos no ayuda en la tarea, es difícil decir si un huevo disfrazado de mariachi pesa por el gorrito de papel terciopelo o distinguir si el ruido que escuchamos es el relleno de harina o la peluca de Adelita del decorado del cascarón. Hasta los más expertos  pueden equivocarse y terminar pagando por un huevo relleno de confeti común.



Pero estaba yo allí con mis de amigos ya no tan niños sino más bien púberos, un buen 15 de septiembre en plena batalla campal con un arsenal invaluable de cascarones rellenos de harina. Y todo era perfecto, corre que te alcanzo, ahí te voy, ya te di, me las pagarás. Aprentosito de mano en el relajo, el niño que más te molesta es el que más te gusta y todo ese lenguaje incompresible de la adolescencia.  Vamos, un día de kermes normal. 

Hasta que de una casa salió la típica mujer metiche de pueblo, señora de familia con hijas crecidas fuera de casa, sin marido, que vive asomada a la ventana para ver donde puede meter sus narices y conseguirse una vida. Era la ocasión perfecta para salir de la rutina, con un tono de espanto-asombro-molestia nos gritó: - ¡Oigan muchachos ¿pero qué hacen? escuchen!-

Mis amigos, como cualquier persona normal, huyeron corriendo entre empujones, risas y más cascarones con harina. Yo, que en ese entonces era bastante ñoña, obediente y bien portada, creí una falta de respeto huir y dejar hablando sola aquella señora. Me quedé a escucharla y me comí entero el regaño que no merecíamos, pero que por tonta me ganaba a pulso.

Cuando mi mamá se enteró que su hija, la estudiante de trayectoria intachable, de promedio recurrente de 10, adorada por sus profesores, había sido regañada por una señora sin ton ni son: transmutó. Pasó de ser la amable madre de familia vendiendo sonriente con otras mamás antojitos en el puesto de que nuestra escuela montó en la Kermés a convertirse en una fiera furiosa de órbitas desencajadas y voz de trueno - ¡¿Pero quién se cree esta mujer para quererte educar: a TI?! - Y fue directo sin meditar ni chistar a espantar a aquella hiena de un rugido. En ese momento me pareció desmesurado,  pero honestamente no creo que a esa mujer le haya venido mal a un sustito para que se ocupara más de sus asuntos y menos de los del prójimo. Y ahí pude ver, que aparte del infinito amor, yo era capaz de provocar muchos otras arrebatadas pasiones en mi madre.

Sacar los rugidos estremecedores para incordiar a hienas chismosas es parte de la faena, pero ser mama leona va mucho más allá. Es ser, estar, respirar, mutar por una maternidad apabullante. Es amar, total, pura e incondicionalmente. Es sacar la fuerza, el valor, el coraje para proteger a los cachorros propios y a los de la manada. No me he tocado vivirlo, pero ahora, embarazada, empiezo a entenderlo. Y añoro con todas mis fuerzas aprender a ser una leona y seguir el ejemplo de las féminas de mi familia materna.



Y en homenaje a ellas,  a mi mami y sus dos hermanas, les dejo este video, en el minuto 1:20 pueden ver claramente en un gesto de segundos, todo lo que inútilmente he intentado transmitir antes con palabras. No se puede describir, pero se ve.