domingo, 4 de enero de 2015

Feliz Año 2015 y Hawaii vs Meconio


La imagen cliché de las vacaciones idílicas es bastante simple de describir: un resort cinco estrellas con acceso restringido al público (para poder tener playas privadas sin aglomeraciones) en una isla paradisiaca de paisajes exuberantes, margaritas y piñas coladas a voluntad, espectáculos y cenas de gala cada noche, brisa, sol, mar, arena. Días de snorkeling, surfing o scuba diving y noches de vestidos de fiesta. Vacaciones de película hollywoodense. Personalmente, prefiero las vacaciones más a la aventura: países desconocidos, lugares exóticos, rincones regionales y comidas desconocidas. Peeeeero, si las vacaciones cliché se me ofrecieran de forma gratuita, obviamente nunca jamás diría que no: aceptaría sin chistar.


En la empresa para la que trabajo, cada año se regala a un circulo selecto de “triunfadores” unas vacaciones de ensueño en una isla del pacifico. La experiencia se adereza con eventos de actuaciones o espectáculos de talla internacional y regalos de marcas de lujo cada noche para el agasajado y un acompañante. Me contaba un colega que en la  almohada de su esposa, en lugar del típico chocolatito se  encontraba cada noche con un regalito deluxe: un dije de Swarovski, un bolso de Burberry o un iPad. El viaje es un premio extraordinario para empleados con un performance extraordinario, idea simple. Desafortunadamente en los seis años que llevo dentro de la empresa, nunca he conseguido entrar en ese círculo selecto de campeones.

Creo que pocas mujeres estarán en desacuerdo conmigo si me atrevo a escribir que aún nos queda una brecha inmensa antes de poder decir que tenemos igualdad de condiciones a nivel laboral. Es verdad que las cosas evolucionan y que de más en más avanzamos peldaños, pero el camino por recorrer se ve todavía muy largo antes de poder asegurar que hombres y mujeres somos vistos de la misma manera en el trabajo.

Trabajo en un mundo de hombres en una multinacional de alto nivel, un universo muy competitivo, agresivo, demandante. Cuando ingresé a la empresa, en mi primer equipo no había mujeres, aunque la manager lo era. Al iniciar me dijo que apostaría conmigo, porque, honestamente, prefería trabajar con hombres. No era la única, los equipos alrededor del mío eran todos mayoritariamente de hombres.  No quiero generalizar, ya que muchas multinacionales como en la que yo trabajo a nivel “político” promueven, al menos en intención, el empleo de féminas en puestos relevante y  es claro que hay ciertas áreas en las empresas más populadas por mujeres (Recursos Humanos, Marketing) Mi primer equipo ya está muy atrás y con el tiempo he visto a muchas mujeres incorporarse. Cada año se nota más el cambio: Sí se está apostando por darle más relevancia a papel femenino. Mi actual equipo está igualmente populado por hombres  que por mujeres. Pero la realidad acechante es que si echo la mirada arriba, las cabezas más altas son  casi siempre de hombres.

De nuevo, no puedo generalizar, pero muchas de las mujeres que he visto hacer carrera tienen que hacer grandes sacrificios personales. Hace un año en París coincidí con una estadounidense, jefaza a nivel internacional: jefa del jefe, del jefe de mi entonces jefe. Tras una reunión de equipo (una docena de hombres y tres mujeres) que ella presidia, me tocó compartir taxi con ella para ir a cenar. (Por supuesto, si se quiere hacer carrera hay que ir a la cenas de negocio y hacer horas extras). El small-talk del taxi nos llevó al tema familia, ella en sus extremadamente bien conservados cincuenta y tantos, sobriamente vestida, con unos tacones de esos que solo un sueldo de ejecutiva nivel C puede comprar, me comentó que nunca había tenido hijos, no había sitio en su vida para ello, entre tanto viaje, reuniones, cócteles. Me preguntó si yo tenía, y al decirle que aún no, su respuesta salió sin pensar: mejor, así te dedicas más de lleno a tu carrera y nuestro proyecto.

Más de una de las mujeres mejor colocadas con las que trabajo tienen asumido que hacer carrera no compatibiliza con ser madres. Es una lástima que mujeres inteligentes, competitivas, capaces, féminas que podrían pasar una serie de experiencias enriquecedoras a una nueva generación simplemente no puedan asumir la maternidad porque hay que priorizar. Porque no se puede ser la mejor en todo o porque simplemente, compatibilizar carrera (a nivel ejecutivo) y maternidad responsable parece imposible en el mundo de trabajo actual.

Parece siempre que el destino quiere restregarnos en la cara los sufrimientos y sacrificios que tendremos legado de nuestra herencia de Eva. Nosotras elegimos morder la manzana y seguiremos sufriendo las consecuencias generación tras generación. Y el destino tiene que recordárnoslo de formas sarcásticas.

Precisamente apenas unos meses después de saber que mi naricitas estaba a bordo, recibí una llamada de un colega en San Francisco. Hago un paréntesis para decirles que la oficina de San Francisco de mi empresa me parecía un sitio de trabajo de ensueño, los días que pude pasar ahí me hicieron ver un ambiente cosmopolita, abierto, sin jerarquías. Me visualicé claramente en ese sitio y no lo guardé en secreto: si había alguna posibilidad yo quería moverme a San Francisco. De ahí la llamada de mi colega, sabiendo mi interés: un puesto se abría en San Francisco, mi perfil cuadraba. El trabajo iniciaba en Enero 2015. Un mes antes de mi fecha esperada de parto. Mi trabajo de ensueño no fue el único que tocó a mi puerta esos días, me cayó otro puesto más para empezar en Febrero 2015 que tuve que rechazar. Ironías del destino. Hubiera podido tomar el riesgo y aceptar, pero me parecía poco ético, sabiendo que a partir de Febrero me ausentaré. Llámenme torpe, pero prefiero jugar limpio. Rechacé de lleno ambas oportunidades porque tengo muy claro que mi mente, mi corazón y mi cabeza estarán de lleno en el proyecto más relevante de mi vida: Mi hijo.

Lo cómico de toda esta historia, es el timing, estas oportunidades llegan precisamente ahora. 

El cierre de año en nuestra empresa es el momento de mayor trabajo. Este año mi doctor me había ya dado la baja médica a causa de unas contracciones prematuras. Pero fui incapaz de desentenderme del trabajo, porque había precisamente un proyecto en el que había estado involucrada por más de un año y medio: me estresaba más ausentarme de ese trabajo de equipo que seguir participando hasta el final.  La historia es larga, así que resumiendo, después de muchos altibajos y trabajo de fines de semana, el 31 de diciembre por la tarde conseguimos nuestro objetivo.

Y ese éxito, que fue un excelente sabor de boca a nivel profesional, permitió al equipo darse una visibilidad y abrir puertas para el año que comienza. Y, el colmo de los colmos, el ganar este proyecto me colocaba, por primera vez en mi historia laboral, en la posición de entrar a ese círculo ganador: he ganado el viaje de ensueño.

El viaje se llevará a cabo dos semanas después de mi fecha probable de parto. Lo cómico de todo esto es que, irónicamente, puedo tomarlo con mucho humor. 

Quien lo iba a decir, que estoy más emocionada de limpiar caquitas de bebé que de participar en fiestas de small-talk y vestidos de cóctel en una isla paradisíaca de Hawaii

¡Bendito amor de madre!

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