La imagen cliché de las vacaciones idílicas es bastante
simple de describir: un resort cinco estrellas con acceso restringido al
público (para poder tener playas privadas sin aglomeraciones) en una isla
paradisiaca de paisajes exuberantes, margaritas y piñas coladas a voluntad,
espectáculos y cenas de gala cada noche, brisa, sol, mar, arena. Días de
snorkeling, surfing o scuba diving y noches de vestidos de fiesta. Vacaciones
de película hollywoodense. Personalmente, prefiero las vacaciones más a la
aventura: países desconocidos, lugares exóticos, rincones regionales y comidas
desconocidas. Peeeeero, si las vacaciones cliché se me ofrecieran de forma
gratuita, obviamente nunca jamás diría que no: aceptaría sin chistar.
En la empresa para la que trabajo, cada año se regala a un
circulo selecto de “triunfadores” unas vacaciones de ensueño en una isla del
pacifico. La experiencia se adereza con eventos de actuaciones o espectáculos
de talla internacional y regalos de marcas de lujo cada noche para el agasajado
y un acompañante. Me contaba un colega que en la almohada de su esposa, en lugar del típico
chocolatito se encontraba cada noche con
un regalito deluxe: un dije de Swarovski, un bolso de Burberry o un iPad. El
viaje es un premio extraordinario para empleados con un performance
extraordinario, idea simple. Desafortunadamente en los seis años que llevo dentro de la empresa,
nunca he conseguido entrar en ese círculo selecto de campeones.
Creo que pocas mujeres estarán en desacuerdo conmigo si me
atrevo a escribir que aún nos queda una brecha inmensa antes de poder decir que
tenemos igualdad de condiciones a nivel laboral. Es verdad que las cosas
evolucionan y que de más en más avanzamos peldaños, pero el camino por recorrer se
ve todavía muy largo antes de poder asegurar que hombres y mujeres somos vistos
de la misma manera en el trabajo.
Trabajo en un mundo de hombres en una multinacional de alto
nivel, un universo muy competitivo, agresivo, demandante. Cuando ingresé a la
empresa, en mi primer equipo no había mujeres, aunque la manager lo era. Al
iniciar me dijo que apostaría conmigo, porque, honestamente, prefería trabajar
con hombres. No era la única, los equipos alrededor del mío eran todos
mayoritariamente de hombres. No quiero
generalizar, ya que muchas multinacionales como en la que yo trabajo a nivel
“político” promueven, al menos en intención, el empleo de féminas en puestos
relevante y es claro que hay ciertas
áreas en las empresas más populadas por mujeres (Recursos Humanos, Marketing)
Mi primer equipo ya está muy atrás y con el tiempo he visto a muchas mujeres
incorporarse. Cada año se nota más el cambio: Sí se está apostando por darle
más relevancia a papel femenino. Mi actual equipo está igualmente populado por
hombres que por mujeres. Pero la realidad
acechante es que si echo la mirada arriba, las cabezas más altas son casi siempre de hombres.
De nuevo, no puedo generalizar, pero muchas de las mujeres
que he visto hacer carrera tienen que hacer grandes sacrificios personales.
Hace un año en París coincidí con una estadounidense, jefaza a nivel
internacional: jefa del jefe, del jefe de mi entonces jefe. Tras una reunión de
equipo (una docena de hombres y tres mujeres) que ella presidia, me tocó
compartir taxi con ella para ir a cenar. (Por supuesto, si se quiere hacer
carrera hay que ir a la cenas de negocio y hacer horas extras). El small-talk del
taxi nos llevó al tema familia, ella en sus extremadamente bien conservados
cincuenta y tantos, sobriamente vestida, con unos tacones de esos que solo un sueldo de
ejecutiva nivel C puede comprar, me comentó que nunca había tenido hijos, no
había sitio en su vida para ello, entre tanto viaje, reuniones, cócteles. Me
preguntó si yo tenía, y al decirle que aún no, su respuesta salió sin pensar:
mejor, así te dedicas más de lleno a tu carrera y nuestro proyecto.
Más de una de las mujeres mejor colocadas con las que
trabajo tienen asumido que hacer carrera no compatibiliza con ser madres. Es
una lástima que mujeres inteligentes, competitivas, capaces, féminas que
podrían pasar una serie de experiencias enriquecedoras a una nueva generación
simplemente no puedan asumir la maternidad porque hay que priorizar. Porque no
se puede ser la mejor en todo o porque simplemente, compatibilizar carrera (a
nivel ejecutivo) y maternidad responsable parece imposible en el mundo de
trabajo actual.
Parece siempre que el destino quiere restregarnos en la cara
los sufrimientos y sacrificios que tendremos legado de nuestra herencia de Eva.
Nosotras elegimos morder la manzana y seguiremos sufriendo las consecuencias
generación tras generación. Y el destino tiene que recordárnoslo de formas
sarcásticas.
Precisamente apenas unos meses después de saber
que mi naricitas estaba a bordo, recibí una llamada de un colega en San
Francisco. Hago un paréntesis para decirles que la oficina de San Francisco de
mi empresa me parecía un sitio de trabajo de ensueño, los días que pude pasar
ahí me hicieron ver un ambiente cosmopolita, abierto, sin jerarquías. Me
visualicé claramente en ese sitio y no lo guardé en secreto: si había alguna
posibilidad yo quería moverme a San Francisco. De ahí la llamada de mi colega,
sabiendo mi interés: un puesto se abría en San Francisco, mi perfil cuadraba.
El trabajo iniciaba en Enero 2015. Un mes antes de mi fecha esperada de parto. Mi trabajo de ensueño no fue el único que tocó a mi puerta
esos días, me cayó otro puesto más para empezar en Febrero 2015 que tuve que rechazar. Ironías del destino. Hubiera podido tomar el riesgo y aceptar, pero me parecía poco ético, sabiendo que a
partir de Febrero me ausentaré. Llámenme torpe, pero prefiero jugar limpio.
Rechacé de lleno ambas oportunidades porque tengo muy claro que mi mente, mi
corazón y mi cabeza estarán de lleno en el proyecto más relevante de mi vida:
Mi hijo.
Lo cómico de toda esta historia, es el timing, estas
oportunidades llegan precisamente ahora.
El cierre de año en nuestra empresa es el momento de mayor
trabajo. Este año mi doctor me había ya dado la baja médica a causa de unas
contracciones prematuras. Pero fui incapaz de desentenderme del trabajo, porque
había precisamente un proyecto en el que había estado involucrada por más de un
año y medio: me estresaba más ausentarme de ese trabajo de equipo que seguir
participando hasta el final. La historia
es larga, así que resumiendo, después de muchos altibajos y trabajo de fines de
semana, el 31 de diciembre por la tarde conseguimos nuestro objetivo.
Y ese éxito, que fue un excelente sabor de boca a nivel
profesional, permitió al equipo darse una visibilidad y abrir puertas para el
año que comienza. Y, el colmo de los colmos, el ganar este proyecto me
colocaba, por primera vez en mi historia laboral, en la posición de entrar a
ese círculo ganador: he ganado el viaje de ensueño.
El viaje se llevará a cabo dos semanas después de mi fecha
probable de parto. Lo cómico de todo esto es que, irónicamente, puedo tomarlo con mucho
humor.
Quien lo iba a decir, que estoy más emocionada de limpiar caquitas de
bebé que de participar en fiestas de small-talk y vestidos de cóctel en una
isla paradisíaca de Hawaii
¡Bendito amor de madre!
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